lunes, 17 de mayo de 2010

DON GIUSEPPE

Desde el amplio ventanal de la cocina, Isabella observó que un desconocido dejaba algo en el buzón de su casa. Rápidamente, motivada por la curiosidad, atravesó el amplio parque acariciado por la fresca brisa de las tempranas horas de un día luminoso.
Las ramas de los arbustos situados junto al cerco, se movían tiñendo de verde y azul el escenario donde brillaba como protagonista una precaria carta firmada por Roberto.
Caminando lentamente, la joven mujer comenzó a leer mientras la invadía un estado emocional que apenas le permitía sostener el pequeño papel entre sus manos. Le decía que la amaba, que jamás la había olvidado, que con ella había vivido los momentos más maravillosos de su vida…que deseaba fervientemente volver a verla…que la esperaría en el lugar donde siempre se despedían…a la misma hora…que iría el lunes, el martes y el miércoles para facilitar el encuentro cuando ella pudiera acercarse hasta la memorable esquina.
Con la luz de la mañana, su nube se mezclaba con el aroma a café y a tostadas mientras preparaba el desayuno para sus pequeños. Los niños se disputaban una pelota y jugando, rompieron un vidrio. No los reprendió, los dejó vivir en su infancia alegre y bullanguera.
Isabella guardaba la carta en el bolsillo de su camisa, y a cada rato la sacaba para volver a leerla. No podía evitar sustraerse de mirar esa letra, esos trazos que en otro momento de su vida significaron pequeños deleites en su vida cotidiana. Estaba presa de una sensación de placer y de miedo, que no le permitía otra cosa que revivir su romance adolescente.
Comenzó a recordar que estando en quinto año, deseaba llegar al Colegio para ver a su amado, para que le sonriera dándole una palmadita en la espalda mientras le susurraba ¡Hola Flaca! ¿Qué te explico? Y el jovencito le explicaba lo que ella ya sabía; lo había estudiado todo prolijamente. Sólo quería que la embriagara con su su voz grave y pausada, con el perfume que exhalaba su camisa siempre impecable, con el movimiento de su mechón lacio que caía en su rostro querido, con su aliento arrobador.
Cuando estaban en el aula y se miraban, los ojos de ambos brillaban, no eran necesarias las palabras, los mensajes gestuales eran constantes. Después en el patio, Roberto le soplaba el flequillo, “ para refrescarle las ideas”.
¡Qué hermoso era regresar del Colegio llevando las flores que él robaba de un cerco para regalárselas! Una tarde, el dueño de casa, Don Giuseppe que era muy viejito, los esperó y mientras las ataba con una cinta de color rojo, verde y blanco, les obsequió rosas que él mismo cultivaba…los abrazó muy emocionado y en un dulcísimo italiano les deseó suerte y se quedó parado hasta que se fueron. Desde ese día, Roberto se animó a llevarla del hombre, e Isabella a tomarlo por la cintura.
Caminaban juntos hasta una antigua mansión que tenía unas misteriosas esculturas .Él después continuaba su camino para tomar el colectivo, ella transitaba una cuadra sintiendo que su cuerpo palpitaba todo entero, que la risa le salía del alma.
Roberto estaba radiante, dichoso, sonreía permanentemente… hasta que terminaron las clases.
Isabella volvió a la realidad presa de una gran confusión.; el futuro próximo se le presentaba difícil, conflictivo. Empezó a recordar con tristeza lo que ocurrió en el baile de graduación: él no bailó con nadie; elegantemente vestido, se quedó sentado toda la noche conversando con otras personas.
Ella, con qué ilusión se preparó para la fiesta. Se duchó, se puso cantando su vestido blanco, se maquilló suavemente y se perfumó mirándose varias veces en el espejo, imaginándolo a su lado, y pensando en su abrazo, en un beso diferente al de todos los días.
Todos los compañeros se saludaban cariñosamente, se besaban afectuosamente con los padres, con los abuelos. Cuando terminó la entrega de diplomas y comenzaron los
primeros compases del vals, Isabella no dejó de mirarlo y de sonreírle, advirtiendo con incredulidad creciente, que no se le acercaba, que no iría a su encuentro…y comenzó a temblar, a sentirse como paralizada. La joven recordó que dos chicas muy simpáticas de la otra división lo fueron a buscar y lo llevaron obligado a integrar una ronda.; todos reían, mientras ella, interiormente, lloraba. El baile estuvo hermoso, divertido, ella bailó toda la noche, pero riendo por fuera.
Esa noche, cuando llegó a su casa con las sandalias en la mano y la rosa deshojándose, se dejó caer exhausta en el sillón del living, mientras su madre, intrigada, levantaba el diploma simbólico que Isabella descuidadamente habías dejado caer en la vereda. Fue su noche más triste.
Lo extrañó, lo esperó, lo soñó. Varias veces se vio en sueños colgada de su brazo para siempre. Y lloró, lloró mucho.
Una brisa llevó lentamente su esperanza como los pétalos de aquella rosa, pero nunca del todo. Fantaseaba con encontrarlo en cualquier parte, en las calles, en el cine, en una heladería, entre las multitudes… hasta que apareció Fernando.
Fernando, un hombre fuerte, seguro, decidido a luchar juntos, sin el espíritu romántico que ella anhelaba, pero inspirador de una gran confianza, de una enorme seguridad. En sus brazos se sintió cobijada como en un manto de ternura. Todo era mucho más fácil con sus pocas palabras, con sus ideas concretas. Honrado, sincero, vigoroso, sin dobleces. Bastaba un gesto de aprobación para que todo quedara resuelto.
Isabella leyó nuevamente la carta. La esperaría en la esquina de la vieja mansión el mismo día a la misma hora donde siempre se despedían , al siguiente o al subsiguiente.
La invadía una gran ansiedad, experimentaba mucho temor pensando en el momento de encontrarlo. Tenía clarísimo que jamás traicionaría a su esposo, porque él no se lo merecía., porque sentía un gran cariño, un gran respeto, una enorme valoración, una gran admiración.
¿Y si faltaba a la cita? ¿Podría tolerar el último día imaginándolo parado espèrándola inútilmente?
Pasaron dos días con una lentitud que colocaba a Isabella en situación de stress. Presa de una gran tensión, y de angustiantes cavilaciones, no sabía cómo resolverlo. Cómo haría para contárselo todo sin ponerse a llorar?
Desde que dejaron de verse, ella siempre había dialogado con la imagen interna que quedó en su alma. Robertino estaba presente en los momentos de incertidumbre, de dudas.
Fue para ella una gran sorpresa después de tanto tiempo saber que había sido tan importante en su vida.
Se repetía a cada minuto: ¿Qué hago en esta encrucijada? ¿ Y si me espera sonriendo con una flor?
De repente, su mente se hundió como en una nebulosa. Se sentía como afiebrada, con palpitaciones, temblaba, transpiraba.
Comenzó a oír los compases de un vals, que fueron desapareciendo. Quería correr hacia su casa y no podía, las piernas no le respondían. Llevaba en sus manos unas flores con una cinta tricolor que de pronto no las tuvo más.¿Se le habían caído?
Empezó a sentir el cuerpo muy cansado, le costaba moverse, escuchaba voces y sonidos extraños, conversaciones de desconocidos. Al pretender buscar las flores no pudo agacharse. Sintió que dos manos muy grandes aprisionaban las suyas. Y sus irritados ojos comenzaron a percibir imágenes nubladas de paredes muy blancas. Un olor extraño invadía su entorno, no era el de su casa.
Le costaba mucho abrir los ojos. La imagen de Roberto le sonreía.. Paulatinamente comenzó a poder abrir los ojos con naturalidad y a sentirse incómoda en una cama dura. El rostro de Roberto perdía nitidez.
Una voz que no era la de Roberto le decía al oído:”Chiquita, no te asustes, ya pasó todo…estarás bien en pocos días. Te operaron, nos diste un gran susto, pero ya pasó”.
La imagen comenzó a tomar paulatinamente los rasgos fisonómicos de Fernando, con su habitual gesto de asentimiento.
Respiró profundamente en su lecho y experimentó un gran alivio. Fernando la acariciaba con sus inmensas manos mientras le decía:”…quédate tranquilita, estaré a tu lado, trata de dormir otro poquito. Los chicos te mandan un beso. Están con tu mamá…”

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